Montes de Valsaín
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Es muy difícil saber cuándo me empezó a interesar la naturaleza, probablemente desde que nací. Aquellos primeros programas del gran Félix Rodríguez de la Fuente, aquella colección por fascículos de su Enciclopedia de la Fauna Ibérica, aquél libro de La fauna de la provincia de Segovia, despertaron en mí una profunda atracción hacia los animales. Fueron los tiempos de mis primeros cuadernos de campo, de mis mapas de distribución de especies, de traer a casa cada animal que me encontraba. Crecí soñando con bichos, con los grandes mamíferos africanos, pero también con sus más modestos parientes europeos, con las aves de impresionantes colores, con aquellas culebras gigantescas de los libros, con los hurones de mi tío o con las grandes águilas. Guardaba como un tesoro la cola de zorro que mi tío me regaló y una camisa de culebra bastarda que encontré. Ojeaba una y otra vez las fotos de mis libros y muchos años después comprendí la importancia de una buena foto, pues algunas fotos hacían simplemente que soñaras con ver alguna vez el animal allí retratado, mientras que una fotografía mala, quitaba atractivo a un animal, aunque fuera un tesoro de nuestra fauna.

Eran los tiempos en que España, permaneció muda ante el televisor aprendiendo cómo era el lirón careto, o aquella otra joya de nuestra naturaleza que era el desmán de los Pirineos. Cuántos biólogos, veterinarios y naturalistas le debe este país al gran Félix Rodríguez de la  Fuente. Fueron los años de mis  primeras escapadas a la montaña, de los primeros corzos fugaces de El Cebo, de los Cárabos de Dos Cabañas, de los tiempos de setas con mi padre y los Urrialde, de mis paseos a caballo por el monte, de las comidas campestres en Los Asientos, en definitiva, de vivir la naturaleza intensamente.

Los Montes de Valsaín

Después vino el COU y la universidad y me alejé del campo como nunca antes lo había hecho, viví la ciudad y sentí la lejanía de la naturaleza. Ya en mis últimos años de universidad, retomé de nuevo mis paseos por los montes, cogí a mi perra y unos prismáticos e hice de un pequeño encinar al pie de Los Montes de Valsaín, mi auténtico laboratorio. Las posibilidades ahora eran mucho mayores, en las estanterías de las librerías y bibliotecas habían florecido nuevas guías de fantásticos dibujos, orientadas a la identificación sin excusas. Podías aprender de aves, pero también de mamíferos, árboles y plantas. Qué maravillosas jornadas ornitológicas, llenas de frustraciones y alegrías, qué magníficas enseñanzas de la madre naturaleza, ese celo de las liebres, esos corzos fugaces, ese gato montés, esos zorros esquivos, esas currucas carrasqueñas siempre a medio identificar, ese águila calzada, esos rabilargos, esos nidos de urraca, esos mochuelos… Poco a poco fui aprendiendo mucho acerca de los bichos que allí se encontraban, aprendí a leer el monte, a saber qué especie había estado allí la noche anterior o quién se había comido los restos que allí me encontraba. También fui aprendiendo, con un aprendizaje no exento de frustraciones y sinsabores, los detalles de la flora, sus usos y sus características, en un viaje que aún hoy no ha terminado ni creo que lo haga a lo largo de mi vida. Fueron tiempos verdaderamente emocionantes donde el campo siempre me deparaba una nueva sorpresa. También fueron años de mucha montaña, donde me recorrí cada pico y cada rincón de la Sierra de Guadarrama, hasta comprenderla y amarla como ahora lo hago.
Son muchas las anécdotas como ese zorra que casi pasa por encima de nosotros, escondidos bajo nuestras redes de camuflaje, o esa jabalina con sus jabatos, que me recordó que no es prudente acercarse tanto a sus rayones, esa nochecita en El Nevero, que me enseñó la cruda dureza de la montaña, esos azores vocingleros tan distintos de sus padres, siempre como fantasmas, esas palizas en busca de la Apolo, o esa Fritillaria por fín descubierta tras años de búsqueda. También ha habido cosas terribles como esos lazos tan certeramente colocados, o esos milanos envenenados, esas piezas furtivas decapitadas o el ir viendo desaparecer importantes enclaves.

Los Montes de Valsaín

 

 
   
 

Muchos son los sitios interesantísimos de esta sierra. Desde las cumbres montañosas y los hoyos glaciares impresionantes de Peñalara, Hoyocerrado o Nevero, hasta los hermosos encinares y quejigares del pie de monte, podemos encontrar sitios verdaderamente interesantes para el naturalista, o simplemente para el aficionado a la contemplación del paisaje. Poco a poco fui introduciéndome en el mundo de la fotografía para acompañar con imágenes aquello que veía, estudiaba y aprendía. Pero fue con la llegada de la fotografía digital, cuando vi que las posibilidades de obtener la foto soñada, se podían hacer realidad, quizá porque ya al disparar mi cámara, no veía el símbolo del dólar.
Después de muchas experiencias vividas en los montes de nuestras sierras, de cientos de animales y plantas fotografiados, de búsqueda incansable de especies y de algún que otro sinsabor por ese vacío legal que el fotógrafo de la naturaleza se encuentra en estas tierras, encuentro, que sin duda, el sitio más impresionante de la Sierra de Guadarrama y uno de los parajes más maravillosos que he encontrado en España sea el formado por los Montes de Valsaín. A su estudio he dedicado muchas horas y mucha energía, pero también a estos montes les debo muchas satisfacciones y experiencias, por eso he creado esta web, para que, modestamente, pueda mostrar a aquellos que estén interesados en su historia, su naturaleza y sus paisajes aquello que yo he aprendido y que ellos puedan aprender y disfrutar como lo he hecho yo.

Por último quisiera agradecer, a todas aquellas personas que me han ayudado a aumentar mi pasión y mis conocimientos, en primer lugar a Marta, la persona que me ha acompañado en muchas de las ocasiones, ha sido mi crítica fotográfica y pacientemente ha soportado todas mis ausencias, a mis padres, por ejercitar mis ganas de saber y soportarme a pesar de todo, a Félix Rodríguez de la Fuente, por haber “creado el monstruo”, a Carlos Sanz, por descubrirme al lobo tal y como es, a Jorge Vázquez por enseñarme a hacer fotografías y por tantas jornadas, a mis compañeros de Seo Sierra de Guadarrama, Seo Segovia y de La Sociedad de Ciencias Naturales de la Sierra de Guadarrama, por ser como son, a Centaurea, por luchar por causas perdidas, a Fidel José Fernández y Fernández-Arroyo, por enseñarme la humildad y el saber aunados en una sola persona, a mis amigos fotógrafos, Javier Dorrego y Javier Ramil por tantas jornadas de risas y fotos, a mis amigos naturalistas Juan Herranz y Javier Díez, por tantos pájaros anillados, a Alfredo López por sus artículos y su libro, a Teo Martín excelente botánico y mejor persona con el que, no me cabe duda, los montes segovianos están mucho más seguros y mejor conocidos, a mis amigos Abel Herrero y Miguel Pascual con los que tanto disfruto en nuestras salidas camperas y a todos aquellos que han llegado hasta aquí movidos por el amor a la naturaleza.

 
   
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